El papel del integrado en los inicios de Liberación
Mi llegada al grupo Liberación fue el 8 de agosto de 1988, y el movimiento que presencié fue de un ir y venir de mucha gente, todos por supuesto en rehabilitación por el consumo de drogas, desconocía todo por completo, porque fue la primera vez que llegaba a un grupo, lo que se desarrollaba en el grupo era desconocido. Había quien me decía que me pasara a la sala y lo hacía; terminaba la junta, todos se salían yo también lo hacía. Había quienes gritaban: “¡De buena voluntad pásense a comer!”, y todos a comer. Unos lavando trastos, otros lavando ropa, otros cocinaban. Había quienes mandaban, otros obedecían, el chiste es que era un ir y venir, entrar y salir, subir y bajar en el grupo.
Poco a poco me di cuenta que para que existiera orden en toda esa actividad aparentemente desorganizada había diferentes responsables para esas actividades, es decir, había presidente, secretario, tesorero, responsables y auxiliares del albergue (en aquel entonces anexo), responsable de guardias, abastero, cocineros, el encargado de que al meterse a bañar no se tardara y no desperdiciara agua y muchos más… Todos estos servicios eran muy importantes pero dentro de todos ellos había uno no menos importante que los demás: “el servicio del integrado”.
Esos compañeros son los que llegaban por la tarde-noche y participaban junto con los compañeros de más tiempo en la junta estelar, la junta esperada por todos, la junta en la que participaban los compañeros con más experiencia e incluso compañeros que nos daban su testimonio y ejemplo de cómo vivían y aplicaban el programa de Doce Pasos, había también quienes no lo estaban practicando, pero al final la motivación de la junta era escuchar a todas estas experiencias para aprender y valorarlas como un tesoro, porque con el tiempo las necesitaríamos, ya que no siempre íbamos a vivir en el albergue, llegaría el momento donde tenías que “volar” o salirle “al toro” –decían los compañeros de tiempo–. Es decir, debías salir a trabajar o a estudiar porque DA no forma gente “paria”, ni mediocres, motivaban en la sala los de tiempo. Insistían en que si valorabas las experiencias, tendrías herramientas para cuando te integraras y no salieras solo a drogarte. Recuerdo que nos decían mucho: “Valora las experiencias que te transmite el integrado, ellos traen su experiencia fresca porque ya le están echando acción a un trabajo, a su matrimonio o a la escuela…”
El integrado era aquel personaje que llegaba por las noches y se veía con autoridad porque ya había estado viviendo en el grupo y le había echado acción a su recuperación, era el que traía dinerito porque ya trabajaba y llegaba con los cigarros de corcho (con filtro), los más esperados en el grupo ya que a los albergados solo nos daban los famosos “Faritos”; nosotros no podíamos pedirle dinero a la familia, es decir, no podíamos seguirla dañando porque ya mucho tiempo lo habíamos hecho robándoles y dándoles preocupaciones por nuestra forma ingobernable de vivir, así que si ya habíamos llegado a un grupo no debíamos seguir haciendo lo mismo. Por ello, quien estaba en el grupo no traía ni un solo peso, así que los integrados eran la posibilidad de fumarnos un cigarrito de corcho o, ya yéndonos al extremo de la sobriedad, con la posibilidad de que nos invitaran un refresquito.
Ellos también sabían cómo ayudarnos y frecuentemente estaban trabajando con nuestro ego, de tal manera que cuando nos acercábamos a echarles buena voluntad con un refresquito y notaban que andábamos soberbios, creyendo que ya nos lo merecíamos, nos decían: “Solo por hoy no, tú estás para valorar”. Híjole de verdad que me ponía bien mal y fui capaz de maldecirlos porque me habían negado un mendigo refresco… Me pincharon el ego; sin embargo, ese mismo compañero que me había pinchado el ego, después llegaba al grupo con un paquete de cigarros y para entregarlo al responsable le decía: “De buena voluntad para que me recibas estos cigarros para la banda”. Sí, de buena voluntad –respondía el compañero con mucha humildad–. Con esto aprendí que hasta para dar se tiene que echar buena voluntad. Los integrados tenían bien identificado la necesidad del desprendimiento con el nuevo porque también ellos ya lo habían recibido gratis.
Mi padrino fue integrado, se llamaba Felipe, cuando llegaba por la noche, después de una jornada larga de trabajo, uno de sus primeros objetivos era buscar a sus ahijados para escucharlos y entre esos estaba yo; él hizo un buen trabajo inicial respecto a la comunicación conmigo, porque yo lo que menos quería hacer era platicar y sobre todo platicar sobre mi vida pasada, había muchas cosas que en realidad no me gustaban y no se las quería platicar a nadie, es más, en algún momento me dije: “Esos pensamientos y acciones me los voy a llevar a la tumba y a nadie se los voy a decir”. Mi padrino logró que hiciera lo contrario, por mi salud interior y mental. Cada que llegaba de su trabajo, llegaba buscándome y cuando daba conmigo yo ya estaba acostado disponiéndome a dormir y en eso… se escuchaba en mi litera el clásico: “Toc toc, Paulino, Paulino”; yo respondía como dormitando, aparentando que estaba dormido para ver si él lograba comprender que ya estaba totalmente cansado de todo un día de servicio y juntas en el grupo y que merecía seguir durmiendo, por lo que yo respondía: “Mmm mande”. Levántate vamos a platicar, te espero aquí afuerita –decía mi padrino–. Molesto por la falta de comprensión de mi padrino, me levantaba y salía. Él ya estaba esperándome y su primer pregunta con gesto amable: “¿Cómo te fue hoy?”, bien, muy bien padrino. Platícame sobre tu día… ¡Esa, esa era la clave transmitida por él para sentir confianza y empezarle a platicar!, el diálogo, sin darme cuenta, empezaba a alivianarme y a expresarle sobre algunos malestares que había tenido en mi servicio, al final terminaba siendo un apadrinamiento y él me decía: “¿Ahora cómo te sientes?” Mejor –contestaba yo–.
Él me enseñó, con su comprensión y paciencia, cómo empezar a hablar sobre mis problemas, sin que me censuraran o criticaran; además de aprender que todo lo que platicara con él era muy íntimo y confidencial, esto me hacía terminar sobrio. Hasta donde yo recuerdo mi padrino, siendo integrado no escatimó en tiempo para escucharme.
Cuando cumplí dos meses en el grupo yo andaba bien sobrio y no podía creer que había logrado quedarme ese tiempo, quería platicarle a todos que estaba cumpliendo ¡dos meses! Dije: “Esto sí es motivo de platicarlo con mi padrino”. Quería agradecerle por ayudarme, lo esperaba con ansias y cuando al fin llegó, me fui sobre él: “¡Padrino, cómo estás!”. Ven, vamos para afuera –contestó mi padrino–. Fuimos al rinconcito preferido, testigo de muchos alivianes, nos sentamos y me dijo: “¿Cómo te sientes?” Bien padrino, muy bien. ¿Qué crees? ¡Hoy cumplo dos meses! –contesté–. ¡Felicidades Paulino has logrado algo muy importante!, agradécele a Dios por el milagro que ha hecho contigo. Cualquiera que esté leyendo esto podrá pensar: “Chale si apenas son dos meses”, y sí, tienen razón, si eso es lo que están pensando, pero para otros estoy seguro que también entienden lo maravilloso que es cumplir dos meses, cuando se creía que nunca lo lograríamos. Mi padrino empezó a abrir su mochila. Vi que sacó unos “Pingüinos de Marinela”, le puso una velita a cada pingüino, las prendió y me dijo felicidades. La verdad yo tenía ganas de llorar, me hizo sentir muy bien, tan bien que aún lo recuerdo como una de las acciones que realizó mi padrino “integrado” para mí. Yo que ya no creía en nadie y que guardaba muchos resentimientos hacia los demás y a la vida, fue mi inicio para recibir muchas bendiciones en DA, tal como me lo prometieron mis compañeros.
En lo personal pienso que los integrados juegan un papel muy importante en los grupos, porque pueden motivar e impulsar el deseo por vivir en alguien que viene muy necesitado de Dios, y que desea ser escuchado y valorado como persona.
Para mí los integrados de Liberación representaban autoridad, respeto, confianza y sobre todo… pauta, por lo que escucharlos en la junta estelar era esperar una ayuda a mis conflictos emocionales y pensamientos. Es una pena mirar que con el tiempo esta envestidura tan importante del integrado se ha ido diluyendo, debido en parte a la soberbia y la falta de humildad para seguirse sintiendo necesitado de nuestro programa espiritual de Doce Pasos. Bien nos lo dicen en las juntas de crecimiento y en la sala de juntas de los grupos, nuestros compañeros de más tiempo: “Cuando alguien sigue consciente de dónde lo ha sacado Dios y todas las bendiciones que ha recibido, siempre seguirá regresando a su grupo para seguir permitiendo que su agua cristalina no se estanque y siga fluyendo por medio del servicio, el apadrinamiento, y el deseo siempre sincero de seguir experimentando la presencia de Dios a través de otro enfermo drogadicto”.
Paulino Sánchez