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Después de la tormenta viene la calma

Un grupo de gente cae al mar… En este grupo hay hombres, mujeres y niños, de diversa edad y procedencia, había desde aquellos a los que el reflejo de las vitrinas de marcas lujosas son el cotidiano reflejo de su guardarropa, que viven bajo los reflectores y se bañan de luces neón al caer la noche bajo la artificialidad de un mundo que moldea a la gente. También había del otro extremo gente sencilla; de mente y corazón, que su reflejo cotidiano es ese que le da el arroyo en el que refresca su cara, que se forja en el trabajo y en el lugar que le corresponde como parte del mundo, más no dueño de él y las luces que lo bañan de noche son las de la luna y las estrellas rociadas por el fresco vaho de la noche. De extremo a extremo había todas las mezclas que pudieran generarse.

            Era una gran variedad de personas la que cayó al agua, pero al mar eso no le importaba. Ciertamente los océanos contienen infinidad de seres vivos pero por grande que sea el número de personas que imagines cayeran al agua, ¿qué puede representar eso para el mar y los océanos comparado con la gran biodiversidad que contiene? Siendo esto cierto, entonces cualquiera conoce su pequeñez al enfrentarse a tal inmensidad.

            Pero, una vez que todos se vieron en el agua, se escuchó una voz que indicó primero salvar a los niños, pero las madres ya se habían adelantado, su instinto de amor materno las hizo actuar para salvar la vida de sus hijos incluso por encima de la propia, siendo tanto así que algunas de ellas sólo lograron poner a salvo a sus pequeños, lamentablemente algunos hijos tuvieron que ver cómo su madre se despedía con una mirada en la que la tristeza y regocijo se mezclaban; ellos vivirían pero ellas no, y esta imagen, poco a poco, se tornaba como si a esas mujeres las cubriera una fina capa de agua que se confundía con una cápsula plástica que perpetúa esa tragedia en la memoria de los protegidos.

            Los de edad avanzada no tuvieron la misma suerte que los pequeños, en su mayoría, por la poca fuerza física, estos se volvían más vulnerables de no poder ponerse a salvo, a esto había que sumarle la competencia por la supervivencia de aquellos, que en el mejor de los casos olvidaron el respeto a la edad y el valor de la experiencia, y en los peores casos ni siquiera había un recuerdo de respeto a los mayores, incluso, muchos pasaron encima de ellos, pocas fueron las excepciones, como en los casos de aquellos que al ver la piel arrugada y la mirada cansada de estas personas, recordaban a los abuelos cargándolos de pequeños, cuidándolos con tradicionales remedios caseros, contándoles historias, protegiéndolos de la adversidad e incluso sustituyendo en algunos casos a los propios padres. Los que ayudaron a los adultos mayores fueron los que de su interior nació responder al compromiso de vida adquirido en la convivencia, en el contacto con sus seres queridos, en el responder a las enseñanzas y al cuidado antes recibido. La gratitud comenzaba a vislumbrarse en este caótico evento.

            En medio de toda la confusión y desesperación, un caso peculiar surgió entre los de edad aún fuerte, físicamente hablando, porque a pesar de que cualquiera pensaría que salvaguardar la vida, sin importar de quien sea, era lo importante, algunos comenzaron a discutir sobre quién debería ser salvado, algunos discutían la supremacía como hombres, el extremo femenino se dejó escuchar: ¡Machistas!, gritaban de un lado, ¡feministas! del otro, se discutía la igualdad de derecho a la vida, sustentando su argumento en las diferencias y mezclándolo con más prejuicios como: ¿Cuánto dinero tienes?, ¿qué tan valioso puede ser salvar a alguien en función de sus posesiones materiales?, ¿quién era famoso?, ¿quién tenía más conocimiento?, ¿quién podría regresar el favor de ser rescatado?, ⎼el humano apropiándose el derecho de decidir quién vive y quién no⎼, algunos pedían las joyas que otros portaban a cambio de tender una mano, pero… nadie preguntó por la humildad, ¿qué tan buen padre puede ser este que se salve?, ¿qué tan buen amigo es?, ¿qué tanto ama y ayuda a su prójimo? A causa de no interesar estos temas de los que nadie preguntaba, algunos de estos buenos amigos, padres, hermanos, miembros de la comunidad, de un grupo terminaron muriendo ignorados por aquellos que pudieron intentar ayudarles y omitieron la posibilidad de ayudar a su prójimo por lo nublado de su actuar, basado  en razonamientos y no a la voluntad de Dios.

            Este es el momento adecuado de decirlo, todos los que lograron salvarse de morir ahogados lo lograron al subir a una barca que no era de donde cayeron y que, en ningún momento detuvo su trayecto, era dirigida por alguien que no inmutaba en su propósito, muchos le reclamaban, querían subir a más gente a pesar de que la barca iba llena, lamentaban las pérdidas, se aferraban por regresar a buscar a sus seres queridos a pesar de tener por sobreentendido que no había más que hacer; el dolor los amarraba a la negación. Quien dirigía la barca solo continuaba con su cometido, no respondía a las quejas ni explicaba a dónde se dirigía, esto causaba indignación, coraje, resentimiento, malos pensamientos y deseos entre los tripulantes. Finalmente llegaron a tierra firme y todos los tripulantes, sin excepción alguna, bajaron, se alegraron y regocijaron por verse alejados del peligro, el dolor de sus pérdidas era grande pero minimizado por la alegría de no perecer ellos mismos, algunos se abrazaban entre sí, otros lloraban por las emociones encontradas, otros aún seguían enojados por lo sucedido, algunos más ni siquiera lograban identificar lo que sentían, estaban en shock, pero algo en común para esas personas fue querer alejarse del agua. Tan pronto bajó el último de los tripulantes, quien los llevó a tierra firme en su barca regresó al mar en paz y en silencio, todos estaban tan ensimismados que no agradecieron el gesto de ser salvados.

            San Agustín decía que lo que más atesora el hombre a través de su alma es lo estimado para ella, adquiriendo su valor al ser encontrado o recobrado. Nosotros, al haber estado constantemente al borde de la vida, tenemos la necesidad permanente de recordar esta enseñanza en la que trabajar nuestro historial nos ayuda a no olvidar que fuimos tripulantes de esta barca, que quizá estuvimos cerca de caer en la desesperanza y dejarnos hundir hasta ahogarnos, tal vez fuimos de los que se salvaron sólo a sí mismos de una manera egoísta, tal vez pasamos por encima de los demás o no ayudamos a quien lo merecía y estaba en nuestras posibilidades, cualquiera que sea la forma en que subimos a la barca, no debemos olvidar que hubo quien nos llevó a tierra firme, haciendo un servicio desinteresado y en el silencio, esa clase de servicio hecho con humildad, que no pide reconocimiento ni pleitesías, nos queda a cada quién descubrir si fue Dios o un conducto de él quién nos llevó a tierra firme.

            Por difícil que a veces parezca para muchos de nosotros, si debemos aceptar algo, es que ya no estamos en el ojo de la tempestad, esa que puede llevar varios nombres: soledad, vacío espiritual, hedonismo, drogadicción, pandemia, muchos pueden decir que su tempestad aún no termina y si lo dicen con honestidad tendrán razón, pero recuerda: las tempestades se superan en  unidad, sirviendo, ayudando a quien lo necesita, dejándose guiar, teniendo fe, porque cuando nos decidimos a soltar la barca a la que nos aferramos, Dios nos ve como aquel que “estaba muerto y volvió a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado” y como padre nunca nos abandona, nos puso en este lugar donde encontramos gente igual a nosotros, que nos ayudamos sin distinción entre todos, para adquirir sano juicio, sobriedad, agradecimiento y recuperar las ganas de vivir.

JGP

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